La escuela y los padres tenemos que aunarnos en el esfuerzo por prevenir el uso y abuso de alcohol y drogas. La escuela, además, puede brindar el espacio físico que posibilite el desarrollo de diversas actividades que permitan que una red se transforme en una realidad: surgimiento de líderes y representantes, desarrollo de talleres de información y capacitación, reuniones, etc. Conformar una red no es únicamente generar reuniones y encuentros, pero sólo la escuela tiene las posibilidades y el poder de convocatoria que permitan que los encuentros sean posibles en un ámbito común y conocido.
La escuela previene a través de la educación, para lo cual sus docentes deben conocer los aspectos más relevantes del tema de las adicciones, para poder realizar una transmisión adecuada de información, pero también previene a través de la observación, para poder detectar signos que puedan ser indicadores de consumo de alcohol o drogas.
Si bien un diagnóstico debe ser realizado por un profesional de la salud, resulta factible informar al docente sobre qué signos, síntomas o conductas de los alumnos deben alertarlo. El docente puede ser, en muchos casos, quien primero detecte estas situaciones y ponga en marcha los mecanismos necesarios para que la familia tome conocimiento de una posible situación de adicción.
Asimismo, la escuela como propiciadora de encuentros que permitan brindar información sobre el tema a los padres y a los docentes, genera nuevas posibilidades de concientización en aquellos padres que aún no se han percatado sobre la situación actual y la proliferación de la oferta y el consumo de distintos tipos de sustancias adictivas.
La búsqueda de un discurso común entre padres y la institución educativa debe ser un objetivo que permita definir posiciones y generar nuevos y mejores mecanismos de contención social. La familia y la escuela comparten valores e identificaciones y por ello deben trabajar en forma mancomunada en materia de concientización y prevención de adicciones.